domingo, 17 de febrero de 2008

Manolo Caracol y la vida nocturna en Panama



Lástima que los Martin-Russell no nos podían acompañar a cenar esa noche pues los Miranda-Bullo habían planeado ir a uno de mis lugares favoritos en Ciudad de Panamá: el Casco Viejo! Esta es la península donde los españoles erigieron la “nueva ciudad” tras que la Panamá Vieja fuese incendiada y saqueada en 1670 por el pirata inglés Henry Morgan (curiosamente los vecinos de Mimi y Rafa en su casa de playa son del mismo apellido, pero no tengo idea si serán descendientes del corsario).

A diferencia del Viejo San Juan en Puerto Rico o de Cartagena de Indias en Colombia, el Casco Viejo no ha sido aún restaurado ni desarrollado en su máximo potencial. Hay muchas casas antiquísimas que son joyas arquitectónicas, pero que lamentablemente se están cayendo poco a poco. Eso sí, hay muchos panameños que están comprando y reparando propiedades en la zona, así que en un futuro (ojalá no muy lejano) este casco colonial no tendrá nada que envidiarle a otros similares en la región. Por el momento, la restauración se ha llevado a cabo en algunos puntos estratégicos del Casco Viejo, propiciando la apertura de algunos bares y restaurantes de muy buena categoría y lejos del bullicio del “raca-taca” de la ciudad.

“Manolo Caracol. Cocina con Amor”,( http://manolocaracol.net/ ) es es el nombre del restaurante donde nos dirigíamos esa noche y al cual yo estaría haciendo mi segunda visita. La primera vez que estuve en Manolo Caracol fue en el 2003 en una visita que les hiciera a Mimi y Rafa, y quedé encantado con el concepto del lugar, pues no existe un menú fijo!! Los comensales pagan una tarifa pre-establecida que incluye 13 platillos sorpresa, los cuales dependen de lo que el chef encuentre fresco en el mercado ese día, todos cocinados con un toque gourmet en una cocina abierta que se puede apreciar desde cualquier rincón del restaurante.

Fuímos los primeros clientes en llegar al lugar a eso de las 07:30PM, única hora a la que pudimos garantizar una reservación, la cual es vital en Manolo Caracol para cenar en una noche de fin de semana. Al entrar, un detalle que nos llamó la atención fueron los altos jarrones de cristal transparente ubicados en diversos rincones del restaurante, y donde se habían coleccionado miles de corchos de vino de diversas marcas, herencia obvia de todas las botellas que se descorchan a diario en un establecimiento de este tipo. El detalle fue tan interesante para los Miranda-Bullo, que al día siguiente, cuando descorchamos una cava en su casa, decidieron empezar una colección similar aprovechando un jarrón alto, similar a los del restaurante, y que hacía poco habían comprado con propósitos netamente decorativos, sin anticipar que terminaría como un culto moderno al Dios Baco.

La decoración adicional de Manolo Caracol era muy colorida, pero al mismo tiempo sumamente sencilla. La obra de arte del lugar serían sus platillos gourmet! Fueron trece platos que van llevando durante un período de casi hora y media, y cuyas porciones se veían muy pequeñas, casi al nivel de considerarse casi más tapas que platos. En algún momento nos preocupamos que nos íbamos a quedar con hambre! Pero no fue ese el caso, pues parece que la experiencia les ha permitido calcular que los clientes saldrán satisfechos y listos para regresar la próxima por nuevos y diferentes platos. Recuerdo que para propósito de narrar esta historia, repetimos el orden en que nos habían servido la comida de una forma constante, pero al no tomar en cuenta que iban a pasar más de tres meses en lo que lo plasmaba en el ciber-espacio, pues mi memoria lamentablemente me ha fallado, aunque vamos a hacer el intento. Los trece platos fueron: 1) unos champiñones al ajillo, 2) unos langostinos jumbo (uno por cabeza), 3) carpaccio de pulpo, 4) un carpaccio de pescado, 5) una especie de mejillones oriundos de la zona, 6) yuca frita, 7) un arroz, 8) cerdo criollo (ese era el último plato), 9) una especie de ensaladilla rusa, 10)un pescado a la parrilla, 11) eran ejotes o espárragos?, 12) una ensalada verde y 13) un postre que no era nada espectacular pues no puedo recordar que era, aunque es probable que fuese arroz con leche... Yo se! Suena como salido de la película “La Gran Comilona”, pero en verdad las porciones eran adecuadas para degustar los sabores sin rellenar nuestros estómagos. Acompañámos todo esto con una jarra de sangría. Manolo Caracol es una experiencia culinaria placentera y es lo que más recomiendo la próxima vez que vayan por Panamá ya sea por trabajo o por placer.

Luego de semejante comidala teníamos que caminar para hacer la digestión, y recorrimos unas cuantas cuadras del Casco Viejo, para llegar a la Plaza Bolívar, rodeada de edificios coloniales y enfrente de la Iglesia de San Francisco de Asís. La plaza permite tener una experiencia sumamente europea, pues los cafés y restaurantes que operan alrededor tienen mesas para sus clientes en las aceras del parque, disfrutando al aire libre de los placeres del paladar... La primera vez que estuve en el Casco Viejo fue con Mimi hace unos diez años y me llevó a un lugar llamado “Café de Asís”, el cual inmediatamente se convirtió en mi sitio favorito de la ciudad (algo así como el Mai Thai local), pues cada vez que llegaba a Panamá tenía que ser una de mis visitas obligadas.... Y bueno, el tiempo pasa y el Café de Asís ya no existe, y en su lugar hay un bar llamado “Ego”, cuyo dueño Jorge Zarak, aparenta ser todo un personaje, y es por lo que menos la fama que algunas personas le han dado, lo cual no puedo dar fe propia pues no he tenido el gusto de conocerlo. EGO está ubicado en la planta baja de un edificio colonial de tres pisos, y en cuya azotea me han contado que el dueño ha remodelado un pent-house, donde dicen las leyendas urbanas que se hacen espectaculares fiestas Chill-Out, experiencia que ya de por sí se puede disfrutar en el bar.

Por si el nombre “Ego” no fuera suficiente, su dueño abrió el Restaurante “Narciso” a la par de su primera creación, con una decoración casi celestial en donde el blanco y la pureza se explotan al máximo. En el 2006 tuve oportunidad de cenar ahí con Mimi, Rafa y mi buen amigo José Díaz y lo único que recuerdo claramente es el maravilloso salmón que tuve de cena y la blancura del lugar, la cual no puedo decir si sigue igual pues en esta ocasión no entramos al local. Más bien nos sentamos “al fresco” en las afueras de Ego y ordenamos un licor digestivo para procesar la comilona. A nuestro alrededor había mucho tipo de gente, incluyendo una pareja en sus cincuentas que conversaban muy románticamente a la luz de pequeñas velas, hasta que una pequeña llovizna tropical les hizo buscar refugio en alguna de las enormes sombrillas, una de las cuales ya nos cobijaba de los caprichos del clima. La Plaza Bolívar me transmite mucha paz, y es como un oasis, un refugio, probablemente por estar tan lejos del mundanal ruido y del regetón de la Calle Uruguay.

Pero como nuestra vida es medio mundana, y ante el hecho que la plaza quedó vacia de repente, pues llegó el momento de ver y ser visto, y el mejor lugar para hacerlo en Panamá es el Bar del Hotel Decápolis (http://www.radisson.com/panamacitypan ), donde todo aquel que quiere lucirse aparece en algún momento de la noche, y donde los martinis, las luces indirectas en tonos rojizos y azules, y un DJ tocando pura música electrónica permiten que la “gente bonita” desfile a través de la pasarela urbana. En buen salvadoreño podría describir al Bar del Decápolis como un “gran galerón” decorado con muy buen gusto, y cuyo espacio abierto y amplio obsequia nuestra vista con la diversidad de personas que se han arreglado muy a la moda para la ocasión. Con Geraldine y Andrés tuvimos suerte de encontrar sitio y de pura casualidad, pues unas personas estaban pagando la cuenta y nos cedieron su mesa. El Decápolis es un hotel contemporáneo que ha tomado en cuenta hasta el más mínimo detalle para denotar la elegancia del nuevo siglo. Para entrar al bar se suben unas escaleras eléctricas, donde encontramos la recepción del hotel a nuestro lado derecho, practicamente en un rincón insignificante en comparación a la inmensidad del bar que ocupa el 85% del segundo piso, y dónde fácilmente se pueden acomodar unas 300 personas (si no más). Y pues bueno, esa noche nos tomamos unas cuantas copas y regresamos temprano a descansar, ya con planes específicos de buscar el mercado de mariscos al día siguiente con todo el propósito de preparar mi deliciosa pasta mediterránea.

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Centro Europa 2006