Tengo que confesar que nunca, antes de este viaje, había escuchado el nombre de Zermatt, y si lo hice, pues no le presté atención. Una villa perdida en medio de los Alpes suizos no es como un destino que un típico salvadoreño tiene en mente para sus vacaciones. Pero… había un nombre que desde pequeño resonó en mi mente: el Matternhorn.
¿Cómo un niño puede saber lo que es el Matternhorn, una montaña nevada de forma piramidal en medio de Suiza? Sencillo, en el Parque de Disneyland en California, una de las atracciones es (o era, pues no sé si aún existe) una montaña rusa llamada “Matternhorn”, la cual está inspirada en este lugar. Yo creo que su servidor tendría como 4 años cuando sus padres lo llevaron a Disney, pero tengo presente dos cosas: 1) que en vez de las típicas orejas de Mickey Mouse, yo lo que quise fue un sombrero de militar confederado de la guerra de secesión de Estados Unidos y 2) que había una montaña nevada en medio del parque de diversiones, con unos carritos que subían y bajaban velozmente, donde caían tormentas de nieve hechas por los genios de las atracciones de Disney y donde además aparecía de repente el Abominable Hombre de las Nieves!
Ya más grande tuve un juego de Monopolio que era muy peculiar, pues en vez de tener las propiedades originales (Calle Michigan, Paseo Tablado, etc), tenía nombres de las atracciones de Disney. El juego obviamente se llamaba “Disneylandia”, y una de las propiedades era el “Matternhorn”. Así que crecí escuchando el nombre y sinceramente no recuerdo cuando entendí que era parte de los Alpes suizos, pero para mí, Suiza era el Matternhorn!
Fue así, en mi afán de perseguir íconos que representen una ciudad o una nación, que indagué el nombre exacto del pueblo donde iba la gente a ver el Matternhorn y me encontré con el centro de esquí europeo por excelencia: Zermatt. Nunca había estado en un centro de esquí. Claro, en mi país no tenemos nieve ni montañas. Tampoco he vivido en algún lugar fuera de El Salvador, así que mi experiencia con la nieve se limitaba a Colorado Springs en Colorado, donde vi la nieve por primera vez pero en una montaña; a una nevada en New York City, pero de esas que la nieve se evapora al solo tocar el asfalto y a una nevada de 30 centímetros en Milán, para Navidades del 2009, donde la ciudad se paralizó por no estar preparada para una tormenta de esa magnitud. Quería saber un poco más el porqué la gente busca vacacionar en un centro de esquí. Tenía claro que no quería aprender el deporte, por lo menos por el momento, pero si dar fe con mis propios ojos de cómo era la onda.
Así fue como incluí Zermatt en mi itinerario, aunque realmente no fue parte de mi recorrido principal sino un “side-trip” durante mi estancia en la zona del Lago Maggiore. Creo que también fue una de las principales razones para ir, ya que desde Sesto Calende, donde vive mi amiga Lara, quedaba más o menos como a tres horas de distancia, con dos cambios de tren pero con cortos trayectos entre una estación y otra.
A través del sitio web de trenes de Suiza (www.sbb.ch/en/) hice mi compra de un boleto en clase turista entre Sesto Calende y Zermatt, aunque únicamente me dejó comprar ida y vuelta saliendo desde Stresa, siempre frente al Lago Maggiore, haciendo cambio de tren en Visp a la ida y en Brig al regreso (dichos nombres son tan parecidos que me daba temor equivocarme de estación cada vez que veía el billete). El billete entre Sesto Calende y Zermatt era considerado local y lo compré el propio día del viaje en la estación de tren de mi punto de partida (la cual aprendí que solo abre de 7:00 de la mañana a 12:30 del mediodía de lunes a viernes, cualquier otro día u hora, uno tiene que ir al estanco de tabaco ubicado a una cuadra para comprar un billete. Lo aprendí a la fuerza cuando me dejo el tren hacia Milán cuando llegué con el tiempo justo para comprar el billete y tomar el tren durante mi viaje del día a la gran ciudad).
El recorrido en tren fue impecable, aunque cabe notar que hubo una diferencia muy marcada entre los viejos trenes regionales italianos que parecían estarse cayendo por pedazos y los trenes suizos, de última tecnología y hasta con película a bordo. El tren de Stresa a Brig era parte de un recorrido más grande que empezaba en Milán y terminaba en Ginebra (me encanta ver como los europeos han desarrollado una red tan extensa de recorridos y conexiones entre sus principales ciudades). Al abordar el tren, lo hice por el lado equivocado y pensé: “Wow, estos suizos si saben ponerle comodidad a sus trenes” hasta que después me di cuenta que me había metido por error en el compartimiento de Primera Clase y pues ni modo, tuve que regresar a mi cruenta realidad de clase turista, la cual estaba igualmente inmaculada pero con asientos pequeños.
La conexión en Brig me tenía hasta cierto punto preocupado, pues según el billete tenía que bajarme en una estación y luego caminar hacia otra diferente para tomar el tren hacia Zermatt. Mi mente se hizo la figura mental de una caminata de varias cuadras por la ciudad, pero para mi agradable sorpresa, básicamente bajaba uno de las plataformas principales y salía a la calle de la estación, donde ahí mismo estaban, al nomás salir, los trenes del “Matternhorn Express”, que es como le llaman a todos los trenes alpinos de ese lado de Suiza. No había forma de perderse. De hecho, mi tren trans-alpino tenía un flamante rótulo computarizado en su parte frontal que decía “Zermatt”. Ahhh! Suizos! Lo hacen todo tan fácil para uno!
Desde los lagos italianos tuve la oportunidad de apreciar los primeros Alpes en la distancia, cuando el sol se dignó en salir en medio de tanta bruma y lluvia, pero ya en Brig estaban ahí mismo. Las grandes montañas rodeaban el pueblo como para darme la bienvenida a otro país, donde todo además se veía estrictamente ordenado y limpio, dejando atrás el bullicio latino de la Bella Italia.
El recorrido hacia Zermatt fue en un serpentino valle interior, rodeado de imponentes montañas nevadas, riachuelos y muchos pueblecitos de montaña. Zermatt era la última parada del recorrido, llegando alrededor del mediodía, con un sol espectacular y con una temperatura de alrededor de 7C, clima casi como un regalo de bienvenida si nos ponemos a pensar en que estábamos rodeados de montañas nevadas.
La llegada a cualquier nueva ciudad, ya sea por tren o por avión, puede ser confusa, y aunque Zermatt era un pueblo pequeño, lo único que sabía era que mi Hotel Tannenhof estaba a corta distancia caminando desde la estación. Claro, la pregunta era… ¿hacia dónde? No había además ningún mostrador de información turística, aunque si encontré una especie de kiosko de auto-servicio que daba información de hoteles y que durante un breve período de tiempo me mostró (no bueno para alguien como su servidor que tiene poca retentiva de corta duración) el camino hacia el hotel desde la estación en un mapa computarizado en una pantalla que a mis ojos apareció de la nada. Observé que había una calle principal y luego había que buscar una calle con una iglesia. Lo demás se lo tenía que dejar a mis instintos de ubicación, que generalmente no me fallan.
Comencé a recorrer la calle principal de Zermatt, la cual habían limpiado de nieve, así que estaba medio lodosa, pero se podía ver alfombras de nieve en los jardines y calles laterales, lo cual me indicaba que el clima podía cambiar de un momento a otro. Noté también que la arquitectura era como salida de aquellas películas alpinas, donde la mayoría de casas y edificios son de madera y tienen los tejados en forma de chalet, haciendo una “A”. Intuí que de esa forma era mucho más fácil soportar el peso de la nieve, así como de limpiar. El tipo de construcción se repetía una y otra vez hasta donde el ojo podía dar de cada lado de la calle, así como a cada las construcciones iban ascendiendo en vertical pues todo estaba construido en los laterales de las montañas. Zermatt era un diminuto valle rodeado de altísimos Alpes nevados, con abetos y otro tipo de coníferas, y mucha roca en las pendientes que vertiginosamente se elevan a cada lado de un rio ubicado a dos cuadras de la calle principal. Ese río es prácticamente el centro del valle y divide la ciudad en dos. De un lado están los principales comercios y negocios (bancos, restaurantes, almacenes), que era por donde yo estaba circulando en ese momento y del otro lado del río era una calle mucho más tranquila, con algunos hoteles y restaurantes, la cual llevaba al final a uno de los teleféricos destinados a elevar a los esquiadores hacia las alturas de la montaña.
En mi recorrido hacia el hotel me encontré con muchas tiendas de ropa que vendían exclusivamente ropa de invierno, especialmente atuendos e instrumentos para esquiar. Sus vitrinas llenas de mucho colorido con abrigos y pantalones con colores muy brillantes que solo me hizo recordar la famosa frase de mi hermana “para que los encuentren más rápido en medio de la nieve en caso de una avalancha” (no sabría decir si su teoría es verdadera, pero si puedo dar fe que todo el espectro del arco iris se utiliza en dicho deporte). Encontré también varias tiendas especializadas en vender chocolates y trufas, artesanía suiza (desde relojes cucú a muñecas con trajes típicos), restaurantes de todo tipo (comida italiana, japonesa y hasta un McDonald’s escondido dentro de la misma arquitectura típica del lugar), cafés, panaderías y un par de hoteles de lujo. Me llamó la atención los pequeños vehículos que pasaban por las diminutas calles apartando a su paso a los transeúntes que parecían tener el control de la calle. Estos coches se mueven a base de energía eléctrica y después me enteré que los carros convencionales no pueden entrar a Zermatt. Únicamente son permitidos estos coches eléctricos, los cuales son utilizados por los principales hoteles para llevar a sus huéspedes o como taxis, sino para transportar materiales y maletas. También son permitidos los carruajes tirados por caballos, los cuales avisan su paso con sendos cascabeles colgados sobre sus lomos, lo cual da un aire navideño a las calles cuando estos van pasando. Los turistas no pueden entrar a Zermatt en sus automóviles. Los tienen que dejar estacionados en Tasch, el pueblo vecino, para luego llegar a Zermatt en tren o en autobuses eléctricos. Esto permite que el aire del pueblo sea 100% puro, dándole un atractivo más a la pequeña villa europea.
Después de una lenta caminata de unos 10 o 15 minutos, tras ver un interesante hotel de 5 Estrellas, pude visualizar mi pequeño Hotel Tannenhof ubicado del lado izquierdo en una calle lateral. Ahí me recibió su propietario, quien me guió hasta mi habitación, la cual resultó relativamente pequeña pero cómoda, con un escritorio miniatura ante una ventana que abrió cuando entramos para dar lugar a una impresionante vista de los hoteles aledaños, otras edificaciones y las montañas nevadas en todo su esplendor. Wow!
Una vez me recuperé de mi alegría por la fortuita vista, el dueño del hotel me mostró donde estaba el baño y me explicó que la ducha quedaba un piso abajo. ¡Con la emoción se me había olvidado que reservé una habitación con baño compartido! (lo cual en su momento me ganó una pequeña insultada en Facebook por parte de un conocido, que me preguntó que porqué me comportaba como que nunca hubiese viajado en mi vida al poner en mi estatus que cómo opinaban acerca de hoteles con ese tipo de baños. ¡Vaya, pero si en mi vida me había quedado en uno!). La verdad no estuvo tan mal, aunque me tuve que organizar para bañarme por las mañanas, aunque nunca vi a nadie, posiblemente porque yo me ducho ya tarde, cuando la mayor parte de la gente anda en la calle. Además me proporcionaron una bata de toalla para que pasara muy elegantemente como si iba a la cita de un spa, por lo que no hubo necesidad de pasearme en pijamas como originalmente había pensado que sería.
La cama en la habitación era pequeña pero cómoda también, además de tener un edredón blanco de plumas que garantizaría que no tuviese frío en lo absoluto por las noches.
Tras acomodarme y por supuesto conectarme a Internet por un rato, decidí que era hora de almorzar, para lo cual salí nuevamente a explorar las calles de Zermatt. Había visto los precios muy por encima, pero fue ya en mi incursión por comida que me di cuenta de lo caro que era todo. El franco suizo estaba casi al 1 por 1 con el dólar americano, así que ver pastas de 22 dólares o ensaladas de 17 era como una locura. Fue en esa incursión que finalmente lo vi como una aparición: el Matternhorn estaba saludándome por primera vez, y ese era el principal motivo de mi viaje, ver una montaña cuya forma y nombre me eran familiares, siendo un símbolo ante mis ojos de lo que eran los Alpes suizos. Verlo en persona iba más allá de la emoción de cualquier otra montaña alrededor, con su forma piramidal casi perfecta. ¡Ummm! Por un momento se me olvidaron los precios y ubiqué la terraza del Hotel de 5 Estrellas Grand Hotel Zermatterhof (www.zernmatterhof.ch/en/zermatterhof/) donde proclamaban tener la mejor vista del Matternhorn en la ciudad, lo cual resultó cierto, por lo que el club sándwich y la copa de Pinot Noir suizo que degusté valían su precio con solo el hecho de tener esa visión en una tarde tan soleada que ni sentí frío por ningún momento. Además pensé: “Si todo es caro por estos rumbos, por lo menos que sea en un lugar que valga la pena”. Eso me permitió comprobar lo riguroso del servicio, la excelente presentación y sabor de los platillos, todo muy impecable, como uno espera encontrar de un país que tiene las mayores y más afamadas escuelas de hotelería y turismo. Hasta las papas fritas estaban hechas de una forma casi que perfecta!
Posterior al almuerzo y a un cappuccino vespertino, ya cuando el sol comenzó a caer, me decidí caminar un poco más, esta vez con dirección hacia los teleféricos, para así obtener información de cómo y cuánto me costaría ascender a las montañas y no ser solo un espectador de tanta belleza. El cuadro de las calles al atardecer era como salido de una película de otro planeta para una persona que nunca ha estado en un centro de esquí: primero ver todos estos deportistas de todas las edades y géneros existentes (desde niños pequeños guiados por sus padres, a adolescentes y ancianos), con sus pantalones y chaquetas de esquiar de todos los colores del espectro, con sus esquíes e implementos en los brazos, sus lentes oscuros de tono multicolor en una sola máscara cubriéndoles la cara, la cual a esas horas llevaban puestos sobre la cabeza en forma de diadema, y sobre todo esa caminata con las botas de esquiar. Parecía como un colorido ejército de Robocops regresando de la guerra. Esas botas son de un material que no pude indagar, pero que se ve como una especie de plástico impenetrable. Las botas se ven sumamente pesadas y la gente para caminar, emite un tremendo estruendo en el piso con cada paso que da, lo cual me dio la idea de robots en movimiento.
A esas horas del atardecer, la gente estaba regresando de las pistas en hordas, tanto por teleférico como bajando la montaña sobre los propios esquís. Se agrupaban haciendo unas interminables colas que después entendí que eran los autobuses hacia el centro o hacia otros pueblos. Llegué a la base del Teleférico principal el cual anunciaba con grandes rótulos que era el camino para llegar al Matternhorn Glacier Paradise en la cima más alta de una de las montañas que ve de frente al Matternhorn (interesantemente ninguna llega al Matternhorn, pues por su escarpado terreno me imagino no es necesario llevar esquiadores ya que no parece una montaña muy amigable que se diga para practicar dicho deporte! Pedí la información necesaria para un pase de dos días y por poco me voy de espaldas cuando vi los precios, pero ni modo, para poder entender lo que pasaba en la montaña tenía que subir a ella. Un pase de dos días en todo el sistema de transportes de Zermatt y alrededores costaba la módica suma de 140 dólares. Lo sentí como estar pagando el precio de un Disneylandia para adultos, aunque este era un Matternhorn de verdad. Bueno, el Estado debe pagar una fortuna por mantener estos servicios con el impecable funcionamiento que caracteriza a los suizos.
Pagué mi mini fortunita y me dispuse a regresar al hotel a descansar, para luego buscar un típico chalet suizo para cenar raclette y fondue, los cuales también costaron una mini fortunita considerando que comí pan baguette con queso derretido y papas. Hey! Era mi primera vez en Suiza, quería probar algo típico del lugar, aunque después de ese día no volví a comer comida lugareña por tratar de mantener a mi irritado estómago tranquilo, el cual estaba resentido conmigo de tanto que lo había alimentado durante todas las semanas anteriores.
Mi llegada a Zermatt había sido en lunes, así que el martes muy temprano, después de desayunar yogurt y cereal en el hotel, bañarme en mi ducha comunal y ponerme los calzoncillos largos que a última hora compré para usar debajo de los jeans y proteger las joyas de la corona, comencé mi ascenso hacia la montaña. El dueño del hotel me había dicho que subiera de un solo a lo más alto, al Matternhorn Glacier Paradise para después bajar a mi conveniencia a las otras estaciones. Mi ignorancia del esquí sencillamente me iba llevando a ver los lugares sin saber el rumbo, pero decidí hacerle caso y tomé mi primer carrito de funicular, que compartí con una familia de alemanes, padres e hijos adolescentes, incluyendo un abuelo, que parecían más salidos de una película nazi por lo militarmente sincronizados que parecieron al mover sus implementos cuando les pedí permiso para salir de mi góndola en Schwarzee, la primera estación que quería ver y que según yo iría al día siguiente, pero que apareció de repente después de unas cuantas estaciones en las que pasamos de transito. Su aparición me tomó por sorpresa y mi primer impulso fue bajarme pues pensé que había tomado el teleférico equivocado y no fuera a ser que después no regresara por ahí.
Había visto fotos de Schwarzee Paradise en los folletos de turismo de Zermatt en el pueblo, mostrando un precioso lago frente a una diminuta iglesia en medio de la nada, con el Matternhorn de espectacular fondo de paisaje. Mi mente no computó en esos momentos que obviamente el lago se ve en verano, pero en invierno era todo cubierto por el hielo y la nieve. De todas formas tuve mi primer contacto con las pistas de esquí y me bajé en esa estación. Parecía que yo era el único sin atuendo para esquiar, pero luego me encontré con más personas que estaban caminando en el frío por amor a la naturaleza, que no hay otra forma de llamarle a dar una caminata en la nieve a -9C. Nieve, nieve y más nieve, por todas partes, y por supuesto, los esquiadores dándose gusto bajando por una gran diversidad de pistas que se extendían por todas partes. Yo sencillamente me alegré de haber comprado los tenis para la nieve en The North Face (los cual puedo garantizarles que son impermeables y mantienen los pies secos) y de andar la ropa interior larga debajo de los jeans, con lo cual comencé mi corta caminata hacia la iglesita, tomando las fotos de rigor y regresando a tomar el teleférico de nuevo con destino hacia dos estaciones posteriores, donde decidí bajarme a buscar algo de comer pues ya era mediodía y aún tenía que indagar como llegar al Matternhorn Glacier Paradise.
Me enfrenté de nuevo al ejército de esquiadores Robocop, y llegué a la comida a la vista más cara que he presenciado. Tan cara que hasta los ingleses a mi lado estaban protestando, lo cual ya es decir. Me almorcé mi cara ensalada, tratando como siempre de limpiar el estómago, con el Matternhorn siempre como testigo ocular de mis aventuras. Me imagino que estaba pagando nuevamente la vista en mi triste ensalada.
Con el estómago ya contento, me dispuse a buscar la vía hacia el tan afamado punto más alto del recorrido, para lo cual me encontré con un funicular de montaña que ascendía de forma directa hacia el Matternhorn Glacier Paradise. Ya en la segunda estación que había parado estábamos como a 2,500 metros de altura, pero nada me había preparado mentalmente para subir a los 3,900 metros de la Montaña Monte Rosa. Su servidor siempre se queja con los 2,700 metros de altura de Ciudad de Bogotá pues me da el afamado soroche o mal de montaña. Cómo se me ocurrió no preguntar a qué altura iría lo atribuyo a la emoción de estar en un nuevo país y viendo montañas tan altas. Hasta de San Salvador había llevado mi oxígeno líquido para hidratarme en las alturas, pero sencillamente se me olvidó en el hotel. Así que ahí tenían al turista salvadoreño, proveniente de los trópicos, con todos los atuendos necesarios para el frío del invierno cruento, subido en un Funicular de tecnología suiza, de esos donde caben como 150 personas de pie de un solo con todo y esquíes, teniendo vértigo. Al principio me pareció extraño pues nunca me han dado vértigo las alturas. Puedo asomarme perfectamente en edificios altos y aviones y nunca me ha dado nada, pero en esos momentos veía por la ventana como nos íbamos elevando rápidamente y me sentí mareado. Pensé que era algo raro, pero no le tomé importancia.
Fue hasta que llegamos a Matternhorn Glacier Paradise, rodeado de las montañas más altas de los Alpes suizos, todas de más de 4 mil metros de altura, que me di cuenta que mi mal era otro. Era soroche del feo. Dolor de cabeza, dolor de estómago, mareos, y claro, el oxígeno líquido en el hotel! Jajaja! Además, el frío había descendido a -19C, que creo ha sido lo más bajo que he experimentado en mi vida. De todas formas le eché ganas, y con las manos y los pies semi congelados (ahí no importaron los zapatos para la nieve ni los guantes térmicos), con las orejeras puestas, compré mi boleto para ver el Palacio de Hielo en las alturas, excavado en pleno glaciar en la montaña, el cual consistió en una larga cueva con diversas habitaciones y esculturas de hielo (no se porqué en mi mente había hecho la imagen mental del Hotel de Hielo, así que me imaginaba algo lujoso, jejeje). Le eché más huevos y tomé un ascensor hacia el mirador panorámico en la punta de la punta, donde el viento, el frío, la nieve y el hielo estaban en lo mejor de sus inclemencias, pero que al final me sentí como el conquistador del Everest al llegar a la cima!
Sentía que me iba a desmayar cuando decidí que era el momento para comenzar a bajar. La presión en mis oídos era tremenda. Aún no podía entender como estaban todos esos esquiadores como Juan por su casa practicando el deporte en esas alturas y tomando un teleférico adicional con destino a otra montaña en Italia! Yo empecé mi lento descenso de más de una hora, donde poco a poco me fue regresando la vida al cuerpo, hasta regresar a Zermatt, donde pasé por un café y un pastel de manzana, donde pasé varias horas tratando de quitarme el dolor de cabeza y recuperándome del alto encuentro con la naturaleza.
Continuará…